Al hipster con amor

Por Carla Puerto

Cuando vi por primera vez “A Roma con amor” de Allen, hubo un personaje que me llamó especialmente la atención. Mónica creo recordar que se llamaba, una “sabelotodo” de las de manual. De esas que recitan de memoria una línea de cada autor pero nunca una poesía completa. Lo que calificaríamos en los tiempos actuales como una hipster pseudointelectual.

Y es que no teníamos suficiente con los modernos, señores. Éstos se han tomado su tiempo, y han decidido que ya era hora de «digievolucionar».

¿Saben de que les hablo, no? Están por todas partes, han resurgido de las cenizas emos y vienen para quedarse (Bueno… eso también lo decían los emos, ¿se acuerdan? Yo no).

Fíjense por la calle, son fáciles de reconocer. Bigote, gafas de pasta, jersey de la abuela vintage, skinny jeans y tabaco de liar. Transpiran «bohemiedad» divina.

Son reinventores del pasado, han cogido un poquito de kitsch, de clase obrera, de psicodelia, y lo han convertido en “lo más”. Pero este juego va cambiando y cuando deja de ser cool, lo aparcan, contradecirse forma parte de su identidad.  Sueñan con los ochenta viviendo ya en los dos mil.

Ya los vais conociendo, auténticos wanabees trasnochados de artistas transgresores en los felices años, esa época en la que todo era coherente. Esperan que la masa les aplauda por sus “originales” ideas que conducen no solo a la revolución cultural, sino también a la política y económica. Unas ideas que ya sus antepasados habían utilizado por activa y por pasiva. Y una revolución que flota en el hemisferio derecho de su cerebro.

Al parecer llevar gafas de pasta, no reduce la ceguera.

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