Una capital muda

Por Carla Puerto

La última hora de la tarde se encuentra con el anochecer valenciano. Desde la Plaza del Mercado y ascendiendo por los escalones de la Calle Pere Compte llegamos a la plaza del Doctor Collado. El azul del cielo se oscurece y la luz de las farolas de hierro viejo ilumina la plaza. Nos sentamos en la terraza de Café Lisboa y nos limitamos a escuchar. Murmuros melódicos y música callejera te trasladan a una atmósfera de paz y armonía.

Ésta sensación, casi mágica, ya no la podrán sentir los vecinos de Madrid. Y es que el pasado miércoles, y como ya se iba anunciando, se prohibió la música callejera en la capital española. Los músicos de la calle tendrán que conseguir un permiso de la Junta Municipal antes de tocar una sola nota en la vía pública. Por si fueran pocas las medidas tomadas en contra de la cultura, el arte y el ocio…

Son los nuevos criminales de las calles madrileñas, y sus armas, los instrumentos, pueden llevarles a pagar un mínimo de 750 euros de multa y la confiscación del instrumento. Una medida que alcanza el surrealismo.

Es lógico y me parece correcto que se respete el nivel de decibelios según en qué zonas y horarios. Pero de ahí a limitar la libre manifestación musical y artística hay un trecho. Lo que más me intriga es que sea la música lo que molesta cuando Madrid es una de las ciudades más ruidosas, con un tráfico insoportable y sumida en obras urbanísticas interminables.

¿Estará permitido silbar en la capital?

Realidades artísticas que oscurecen

 Por Ana Sirvent

Abundan las formas simples. Contiene una especie de óvalo con trazo muy grueso que encierra el suave rostro. El estilo que se lleva a cabo en general es una especie de mosaico hecho con diversas formas más pequeñas. La armonía que utiliza es una policromía y lo complementa con zonas blancas y negras. El estilo es minimalista, casi infantil, fiel a la manera del pintor.

Escuchar estos inventarios  de la boca de expertos o aquellos que han llevado a cabo docencia del asunto me enorgullece. Pensar que podrían llenar folios y folios con lo que  para algunos es un simple cuadro,  me llena de satisfacción. Han encontrado su hobbie. Les felicito.

Pero no todo queda ahí. Les pongo en situación y les limito a pensar en la vida real. En escenas cotidianas y de actualidad. Describo una de tantas: tres ilustraciones de Picasso descansan sobre la mesa de la sala de reuniones de la casa de subastas Christie’s en Madrid. El especialista en arte moderno del lugar elige uno al azar y lo posa delicadamente sobre la palma de su mano. Se coloca bien las gafas y se acerca para ver el trazado, ¿lo mirará o hará como que lo mira?,  “la línea es muy convincente”, admite. El cliente lo observa. Cuando termine de tasarlo tendrá una idea del valor de las ilustraciones, una cifra que se moverá, como valor inicial, entre 37.000 y 74.000 euros. En la subasta, serán los compradores los que decidan el precio final.

Lo siento. Y me condiciono a ceñirme en mi opinión.  No entiendo cómo la industria del arte puede  traducirse en millones y que sólo se lo puedan permitir las grandes fortunas. Un artículo de especulación. Quizás un estudiante con ojo lo valoraría mucho más que un ricachón de pacotilla que lo cuelga en la habitación de invitados con el único fin de que estos vean plasmado en él los cuartos que tiene (quizás no tenga tantos).

Como siempre y una vez más, la minoría es la que elige. Pero tranquilos maniáticos del arte, el dinero no da la felicidad. Siempre quedarán museos donde nutrir vuestras ansiosas ganas.

Al hipster con amor

Por Carla Puerto

Cuando vi por primera vez “A Roma con amor” de Allen, hubo un personaje que me llamó especialmente la atención. Mónica creo recordar que se llamaba, una “sabelotodo” de las de manual. De esas que recitan de memoria una línea de cada autor pero nunca una poesía completa. Lo que calificaríamos en los tiempos actuales como una hipster pseudointelectual.

Y es que no teníamos suficiente con los modernos, señores. Éstos se han tomado su tiempo, y han decidido que ya era hora de «digievolucionar».

¿Saben de que les hablo, no? Están por todas partes, han resurgido de las cenizas emos y vienen para quedarse (Bueno… eso también lo decían los emos, ¿se acuerdan? Yo no).

Fíjense por la calle, son fáciles de reconocer. Bigote, gafas de pasta, jersey de la abuela vintage, skinny jeans y tabaco de liar. Transpiran «bohemiedad» divina.

Son reinventores del pasado, han cogido un poquito de kitsch, de clase obrera, de psicodelia, y lo han convertido en “lo más”. Pero este juego va cambiando y cuando deja de ser cool, lo aparcan, contradecirse forma parte de su identidad.  Sueñan con los ochenta viviendo ya en los dos mil.

Ya los vais conociendo, auténticos wanabees trasnochados de artistas transgresores en los felices años, esa época en la que todo era coherente. Esperan que la masa les aplauda por sus “originales” ideas que conducen no solo a la revolución cultural, sino también a la política y económica. Unas ideas que ya sus antepasados habían utilizado por activa y por pasiva. Y una revolución que flota en el hemisferio derecho de su cerebro.

Al parecer llevar gafas de pasta, no reduce la ceguera.

Gandía Shore te inyecta fritanga

Por Ana Sirvent

Espectadores, ¿de quién se han enamorado? ¿De Cristina “la Core”, Cristina “la gata”, Ylenia, Arantxa, José “Labrador”, Abraham, Alberto Clavel “Clavelito” o de Esteban? ¿Hablamos de un amor a primera vista?

Quizás les ha llamado la atención la gran “documentación” que llevan a sus espaldas. Están muy bien enseñados. Han podido ser alumnos de más de diez ediciones del magistral Gran Hermano y han finalizado su formación con Jersey y Geordie Shore. Su nivel es “advance”.

Siendo espectadores podríamos dejar nuestras carreras, aquí tenemos donde nutrirnos: comentarios analfabetos, culto al cuerpo, estereotipos irreales, expresiones machistas… en definitiva una gran cantidad de ingredientes indispensables para nuestra alimentación cultural.

Bueno, dejémonos de tonterías y pongámonos serios. El éxito de este programa es el reflejo de algo más profundo que sucede en el seno de nuestra sociedad. Pasa lo mismo con otros temas como la droga y la prostitución: si existen y generan dinero es porque hay consumo, porque la sociedad lo reclama.  Y lo más alarmante es la vaguería de aquellos que se conforman con ver y no quieren dejar un hueco al saber.  Pero como dice  uno de los concursantes “no me ralles la mente,  que eres un rallamentes”.

Si quieres ser una choni con mucho glamour, síguelos. Son lo más.

Grizzly Bear se reafirma con Shields

Por Carla Puerto

 Vivimos en un panorama musical que se rige por las llamadas firework bands. Hablamos de aquellas que nacen con fuerza pero cuyo éxito dura menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Además exigimos a los artistas que estén completamente formados ya en su primer álbum y después nos sorprendemos de que el segundo ya no nos parezca, de alguna forma, tan interesante.

Este no es el caso de Grizzly Bear. La banda de Brooklyn vuelve para demostrar que se puede seguir cautivando. Y es que se trata de uno de los conjuntos más llamativos de lo que va de siglo y sinceramente, ante Shields, pocos pueden quedarse indiferentes. La inquietud musical que muestra cada uno de sus integrantes puede ser la culpable del continuo enriquecimiento que experimenta la banda.

Tres años puede parecer mucho, pero la espera se ha hecho bastante llevadera. Durante este tiempo los componentes nos han ofrecido por separado pequeñas cápsulas que podían augurar el nuevo sonido de los neoyorkinos. Aparentemente, Shields, parece bastante sencillo y convencional, pero realmente es una falacia musical. No han perdido el gusto por las capas musicales, la elegancia en el sonido, ni por la armonía vocal. Desprende luz, textura en los acordes, ritmos nuevos y el silencio es su nueva arma letal.

Shields es un plato gourmet, así que no se apresuren en su escucha y trátenlo con delicadeza.