Por Carla Puerto
La última hora de la tarde se encuentra con el anochecer valenciano. Desde la Plaza del Mercado y ascendiendo por los escalones de la Calle Pere Compte llegamos a la plaza del Doctor Collado. El azul del cielo se oscurece y la luz de las farolas de hierro viejo ilumina la plaza. Nos sentamos en la terraza de Café Lisboa y nos limitamos a escuchar. Murmuros melódicos y música callejera te trasladan a una atmósfera de paz y armonía.
Ésta sensación, casi mágica, ya no la podrán sentir los vecinos de Madrid. Y es que el pasado miércoles, y como ya se iba anunciando, se prohibió la música callejera en la capital española. Los músicos de la calle tendrán que conseguir un permiso de la Junta Municipal antes de tocar una sola nota en la vía pública. Por si fueran pocas las medidas tomadas en contra de la cultura, el arte y el ocio…
Son los nuevos criminales de las calles madrileñas, y sus armas, los instrumentos, pueden llevarles a pagar un mínimo de 750 euros de multa y la confiscación del instrumento. Una medida que alcanza el surrealismo.
Es lógico y me parece correcto que se respete el nivel de decibelios según en qué zonas y horarios. Pero de ahí a limitar la libre manifestación musical y artística hay un trecho. Lo que más me intriga es que sea la música lo que molesta cuando Madrid es una de las ciudades más ruidosas, con un tráfico insoportable y sumida en obras urbanísticas interminables.
¿Estará permitido silbar en la capital?